Hay momentos en la vida en los que una noticia, una situación o un contratiempo provoca repentinamente que lo que hasta ese momento era importante pase a un segundo plano. Momentos en los que lo urgente -porque ocurre de repente y requiere toda nuestra atención, nuestro esfuerzo y nuestro tiempo- provoca que lo importante deje temporalmente de serlo.
Se trataba de un sábado más, después de una semana realmente dura, con una agenda frenética y unos entrenamientos que hacían estragos. Ya había concluido el último entrenamiento de la semana, con lo que mi cabeza se disponía ya a organizar la tarde del sábado y el domingo, con el claro objetivo de desconectar y cargar pilas para afrontar una nueva semana. Hasta que sonó el teléfono. Un mensaje breve, conciso, pero demoledor: tu padre me informaba de que te encontrabas en el hospital, que empezaba la lucha más importante de tu vida. Me informaba de tu diagnóstico y de que, tras unos días en los que las etapas lógicas de duelo y negación ante una situación así te habían invadido, empezabas a recuperar el ánimo.
Tras ponerme a disposición de tu padre para todo lo que fuese necesario e intentar asimilar el golpe, en mi cabeza ya circulaban a una velocidad vertiginosa dos aspectos: los recuerdos vividos contigo y el mensaje que quería mandarte.
Empecé apelando a la felicidad, a que no perdieras la alegría y la felicidad que te caracterizan. Pero, querido amigo, eso es casi imposible. Todos tenemos derecho, y especialmente en un momento así, a estar tristes, a dejar la felicidad temporalmente de lado. Al carajo el pensamiento de que siempre hay que ser feliz. No, no lo comparto. No siempre hay que ser feliz, lo que sí que hay que hacer siempre es luchar, pelear porque las situaciones que nos hacen estar tristes e infelices acaben cuanto antes y, sobre todo, dejen las mínimas secuelas y consecuencias posibles.
En ese momento recordé una conversación que mantuvimos en verano de 2014, cuando yo me encontraba en Gales disputando el campeonato de Europa. Te decía que las sensaciones no terminaban de ser las deseadas, y que no veía claro que me fuese a salir la carrera que yo quería. Tú me cortaste en seco, me mandaste callar, y el silencio se alargó unos segundos. Tras ese silencio, me dijiste “No importa que no hagas una buena carrera. Si no puedes hacerla, olvídate de buscar una buena carrera, preocúpate solo de ganar”.
Me sorprendió ese comentario, porque siempre he creído que la victoria, a la vez que el talento, es fruto de ejecutar el proceso lo mejor posible. Pero hay situaciones en la vida en que el fin justifica los medios. Momentos en los que, sea como sea, tienes que ganar la batalla.
A un momento así te enfrentas ahora. Y te aseguro que no estás solo, compañero. Preocúpate nada más que de empujar, de hacer toda la fuerza que puedas para avanzar y dejar atrás el problema. Y, si te cansas, no te desesperes, simplemente pide ayuda. Mira a tu alrededor, todos los que estamos aquí somos la gente que te quiere. Y venimos bien comidos y descansados, dispuestos a empujar contigo y mandar esa espantosa enfermedad al lugar donde se encuentran los recuerdos que te hicieron más fuerte.
PD: Disculpas a Santi y a todos los lectores de Run Online y de este blog. Este es un espacio deportivo, y yo, alguien que debería hablar de deporte. Pero mi amigo, y seguramente muchos amigos, familiares, conocidos y quizás incluso algún lector de estas líneas, no deberían estar luchando contra una enfermedad. Y la vida no es lo que debería ser, sino lo que es. Así que, disculpándome de nuevo, dedico estas líneas a todos esos luchadores anónimos.
¡No estáis solos!