Inocencio Alonso García

Probablemente ese nombre a la inmensa mayoría de vosotros no os suene de nada. Por desgracia, no nos debería sonar a ninguno salvo a su entorno más cercano. Pero ayer, jueves 22 de febrero, unos salvajes pusieron su nombre en la trágica lista de vidas perdidas por culpa de los inhumanos que aprovechan el deporte para hacer todo tipo de barbaridades.

Inocencio, al igual que muchos compañeros suyos de la Ertzaintza, había sido requerido por la policía autonómica vasca para cubrir un dispositivo de seguridad para el partido de Europa League entre el Athletic de Bilbao y el Spartak de Moscú de fútbol, que se tenía que disputar ese mismo día.

Cumpliendo con su función, intentando frenar una batalla campal -hechos que, por desgracia, cada vez son más habituales en el entorno del fútbol y que parece no preocupar demasiado a autoridades y organismos deportivos, ya que no se toman medidas drásticas-, este policía de cincuentaiún años, casado y padre de dos hijos, perdió su vida.

Horas después de los hechos, y analizando fríamente todo, sólo quedan en mi cabeza preguntas sin resolver. Preguntas que, en muchos casos, no tiene sentido que sigan estando en el aire: ¿cómo se sigue consintiendo que estos salvajes se muevan libremente tanto por su país como por toda Europa cuando se sabe de sobra que son delincuentes y que el riesgo de que provoquen altercados como el que le costó la vida a este policía es altísimo? ¿No deberíamos frenar esto impidiendo por la vía legal y policial que esta gente se acerque a los recintos deportivos? ¿Cómo no se suspendió ese partido?

Una vida más en el camino, un camino con ya demasiadas víctimas mortales -e incontables heridos, por no hablar de los daños materiales que estos energúmenos provocan cada vez que les apetece hacer de la vía pública un campo de batalla-. Para muchos, esta solo es la noticia, o una de las noticias, de un día. Pero, ¿cómo le explicamos a la viuda de Inocencio que la muerte de su marido se podría haber evitado si se hubiera detenido esta lacra, que ya lleva mucho tiempo produciéndose, a tiempo? ¿Cómo les explicamos a los hijos de este policía que probablemente todo seguirá igual, que su padre ha muerto por culpa de una batalla entre radicales que parece no tener importancia alguna para los organismos que gobiernan el fútbol hasta el punto de ni suspender el partido en cuestión? ¿Cómo explicamos a nuestros niños que hay que erradicar la violencia cuando pasan estas cosas y todo continúa como si nada hubiese ocurrido?

Hace mucho tiempo que el espectáculo, que la necesidad de generar impacto mediático y económico, superó por completo a muchos de los valores que representan al deporte para un gran número de personas -por suerte aún queda gente que defiende esos valores por encima de todo-. Espero, y deseo, que ese espectáculo no esté por encima de la vida de personas como Inocencio. Es el momento de parar, corregir errores y poder retomar un camino sin violencia.

El camino del deporte de verdad

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